
En primer lugar, la exposición en sí misma. Dedicada a la huella británica en las Islas Canarias y, en concreto, en esta de Gran Canaria, toma como punto de referencia la construcción del Puerto de La Luz a finales del siglo XIX. De ahí en adelante y hasta la Depresión de los años 30 del XX, la influencia inglesa en la isla fue sobre todo económica, pero también social: desde un turismo incipiente hasta la gastronomía, pasando por la adopción de palabras anglosajonas (con o sin corrupción local), la vestimenta, las prácticas deportivas e incluso ciertos hábitos de sociabilidad (el club, el hotel). El gran acierto de la comisaria María Teresa Valle Quesada (una experta en el mueble tradicional canario) ha sido no relegar los objetos de la vida cotidiana a meros accesorios de los textos y las fotografías. Aquí tienen su propio peso. Gracias a la generosidad de las familias descendientes de aquellos británicos instalados en Gran Canaria, más los aportes de la FEDAC y el Museo Elder, podemos contemplar porcelana, sombreros, juegos de tocador, retratos, tejidos, todo de la época.
Dos cosas me llamaron la atención en particular. Ahora que he recuperado el interés por la música en vinilo, imposible no detenerme a observar los dos discos de la familia Wood. No anoté la fecha del prensado, pero aparentan ser del primer formato en circulación para gramófono (78 RPM, pizarra o acetato). Uno es del sello HMV y, por el número de catálogo (B-5404), debe de ser de finales de los años 20. El otro es una Musical Box interpretada por el pianista ruso Vasily Sapelnikov para Aeolian Vocalion Records (B-3109), lo que nos situaría a mediados de la misma década.


¿Qué papel desempeñan los historiadores profesionales en esta empresa? Nada diré de los arqueólogos, para los cuales el objeto material es pieza fundamental de su trabajo. Pero sí del historiador de archivo, el que se mueve entre papeles, deteriorados e ilegibles cuanto más retrocede en el tiempo. Transformar esa masa de datos en una información realmente accesible para el público es algo que sólo está al alcance de unos pocos especialistas del mundo académico. La escuela inglesa siempre ha sido un ejemplo a imitar; pienso, por ejemplo, en El mundo que hemos perdido, explorado de nuevo, libro de Peter Laslett sobre la sociedad preindustrial inglesa que leí más tarde de lo debido. En Francia, Fernand Braudel y sus discípulos también se esforzaron, a su manera, en conjugar rigor y divulgación. De España destaco, sin dudarlo, a Antonio Domínguez Ortiz, capaz de hacernos entender los intringulis de la Hacienda en tiempos de Felipe IV, o la compleja sociedad española del siglo XVII, con amenidad y sin temor a morir sepultados por estadísticas y teorías tan brillantes como ininteligibles. En Canarias yo no he leído nada -ni a nadie- parecido. Una lástima, porque mentes capacitadas no faltan entre nuestros historiadores.
Quizá otro día desarrolle más en extenso la cuestión, que ahora me limito a plantear. En cualquier caso, si aún no lo has hecho, no dudes en visitar Los años de La Luz. Tanto si ya conoces el tema, como si no, no te defraudará. Hasta el 30 de mayo tienes tiempo de sobra.
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