El viernes
6 de julio asistí, en el Auditorio Alfredo Kraus, al penúltimo concierto de abono de la temporada de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. El plato fuerte del programa era la Novena sinfonía de Bruckner, precedida de otra inacabada famosa, la Octava de Schubert. De esta última no tengo
nada que decir, habida cuenta de que sus dos únicos movimientos son archiconocidos. Ni
de la ejecución de ambas puedo pronunciarme con autoridad, pues me faltan los conocimientos necesarios. Sí tengo una opinión como público y la
daré, rapidito y sottovoce. Pero, antes, quiero aprovechar la ocasión para
escribir sobre mi afición por la música clásica y Bruckner, que a decir verdad no se remonta mucho en el tiempo.