Durante más de una década a partir de que me licenciara, en 1992, la investigación en los archivos y su difusión ocupó la mayor parte de mi tiempo. Cierto que nunca lo consideré un medio para lograr un fin académico, aunque tampoco lo hubiera desdeñado. También, que escribí una tesina o suficiencia investigadora que perfectamente habría pasado hoy por tesis doctoral. Incluso, llegué a recopilar bastante material para esta última. Pero me faltó la disciplina necesaria. No por holgazanería o desinterés. Al contrario.
El problema es que me costaba centrarme en un solo tema más allá de un tiempo determinado. Enseguida encontraba otro que acaparaba mi atención. Así, pasé de las estrategias familiares (que entonces marcaban tendencia) a las monjas de clausura; pero pronto surgieron otras inquietudes, más o menos relacionadas con las anteriores, por ejemplo el clero, la administración local o la guerra.
La dispersión temática y geográfica (aunque siempre en referencia a las Canarias de la Edad Moderna o Antiguo Régimen) no se vio reflejada en una orgía publicística: revisando mi currículum, cuento no más de quince participaciones en congresos (volcadas en sus correspondientes actas), diez artículos, cinco monografías -de las que cuatro son coautorías- y alguna otra cosilla suelta. Puede aducirse que no es cuestión solo de cantidad, sino de calidad. Naturalmente, no soy el más indicado para valorar la importancia de esos trabajos. Sin falsa modestia, creo que algún granito de arena he puesto en la tarea colectiva de esclarecer, ahondar y explicar la historia del Archipiélago. Está claro que no hablo de una aportación de peso. Pensarlo sería, además de ridículo, autoengaño. Lo mío, de tener algún mérito, habrá sido, a lo sumo, el interés por aspectos muy concretos de la historia local irregularmente atendidos hasta ese instante, un intento por ampliar lo que ya se conocía. Nunca con la impresión de sentar cátedra o de dar por liquidada una línea de investigación (si tal cosa es posible), pero sí con la de contribuir en algo, por poco que fuera.
La dispersión temática y geográfica (aunque siempre en referencia a las Canarias de la Edad Moderna o Antiguo Régimen) no se vio reflejada en una orgía publicística: revisando mi currículum, cuento no más de quince participaciones en congresos (volcadas en sus correspondientes actas), diez artículos, cinco monografías -de las que cuatro son coautorías- y alguna otra cosilla suelta. Puede aducirse que no es cuestión solo de cantidad, sino de calidad. Naturalmente, no soy el más indicado para valorar la importancia de esos trabajos. Sin falsa modestia, creo que algún granito de arena he puesto en la tarea colectiva de esclarecer, ahondar y explicar la historia del Archipiélago. Está claro que no hablo de una aportación de peso. Pensarlo sería, además de ridículo, autoengaño. Lo mío, de tener algún mérito, habrá sido, a lo sumo, el interés por aspectos muy concretos de la historia local irregularmente atendidos hasta ese instante, un intento por ampliar lo que ya se conocía. Nunca con la impresión de sentar cátedra o de dar por liquidada una línea de investigación (si tal cosa es posible), pero sí con la de contribuir en algo, por poco que fuera.
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