lunes, 12 de febrero de 2018

Recordando los tiempos de investigador

Durante más de una década a partir de que me licenciara, en 1992, la investigación en los archivos y su difusión ocupó la mayor parte de mi tiempo. Cierto que nunca lo consideré  un medio para lograr un fin académico, aunque tampoco lo hubiera desdeñado. También, que escribí una tesina o suficiencia investigadora que perfectamente habría pasado hoy por tesis doctoral. Incluso, llegué a recopilar bastante material para esta última. Pero me faltó la disciplina necesaria. No por holgazanería o desinterés. Al contrario.

El problema es que me costaba centrarme en un solo tema más allá de un tiempo determinado. Enseguida encontraba otro que acaparaba mi atención. Así, pasé de las estrategias familiares (que entonces marcaban tendencia) a las monjas de clausura; pero pronto surgieron otras inquietudes, más o menos relacionadas con las anteriores, por ejemplo el clero, la administración local o la guerra.

La dispersión temática y geográfica (aunque siempre en referencia a las Canarias de la Edad Moderna o Antiguo Régimen) no se vio reflejada en una orgía publicística: revisando mi currículum, cuento no más de quince participaciones en congresos (volcadas en sus correspondientes actas), diez artículos, cinco monografías -de las que cuatro son coautorías- y alguna otra cosilla suelta. Puede aducirse que no es cuestión solo de cantidad, sino de calidad. Naturalmente, no soy el más indicado para valorar la importancia de esos trabajos. Sin falsa modestia, creo que algún granito de arena he puesto en la tarea colectiva de esclarecer, ahondar y explicar la historia del Archipiélago. Está claro que no hablo de una aportación de peso. Pensarlo sería, además de ridículo, autoengaño. Lo mío, de tener algún mérito, habrá sido, a lo sumo, el interés por aspectos muy concretos de la historia local irregularmente atendidos hasta ese instante, un intento por ampliar lo que ya se conocía. Nunca con la impresión de sentar cátedra o de dar por liquidada una línea de investigación (si tal cosa es posible), pero sí con la de contribuir en algo, por poco que fuera.

Plano de la ciudad de Las Palmas, Pedro Agustín del Castillo, 1686. El edficio con iglesia, claustro de un solo patio y tejas rojas, a la izquierda de la Catedral (1) y del Espíritu Santo (4), es el monasterio de San Ildefonso (5).
Si mi cosecha de escritos no es para tirar voladores, todavía menos la de cursos o conferencias impartidas. De las cuatro que recuerdo, un par habrían dado para un artículo extenso o, quién sabe, incluso para un librito, de haberme tomado la molestia de ampliarlas, referenciarlas apropiadamente y, sobre todo, de haber aceptado el consejo de publicarlas que me dieron en su momento. Ahora me da pereza, pero ya que tengo un blog (ya saben: "Yo he venido a hablar de mi libro") es la oportunidad de mostrarlas a un público potencial más amplio. De momento, ahí va Historia del monasterio de San Ildefonso que preparé para las IV Jornadas de Patrimonio Histórico que organizaron el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y El Museo Canario en 2001. Pongo el texto tal y como se leyó, sin enmiendas ni añadiduras. Confíen en mí si les aseguro que todos los datos que menciono tienen su refrendo bibliográfico o archivístico. El estilo pretendía ser divulgativo, pero riguroso en la información. Ustedes dirán si lo conseguí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario