domingo, 7 de mayo de 2017

Back to vinyl!


Que el vinilo se resiste a morir, es un hecho tan cierto como que el libro electrónico no ha logrado eliminar a su competidor en papel. Por cuánto tiempo esto seguirá siendo así, es otra cosa. En el caso de la música, hay discutidas razones audiófilas -y otras, más objetivas, de coleccionismo y revival- para que el mercado de las 33 R.P.M. no sólo no haya desaparecido, sino que tienda a afianzarse y hasta expandirse.

En algo parecido a esto se escucharon los primeros vinilos en casa
Desde que la industria discográfica descubrió el filón adolescente y juvenil, con mayor motivo suele ser el periodo de la vida en que fijamos nuestros gustos musicales. Yo formo parte de la generación que conoció la transición del vinilo al CD. Los primeros discos los heredé de mi hermano, apenas una decena de LP y unos pocos singles (45 R.P.M.). Incrementé la colección mediante compras de primera y segunda mano y algunos cedés y casetes (originales y mezclas elaboradas por mí mismo). No recuerdo cuándo adquirí el último disco de vinilo. Juraría que en torno a 2002 aún los reproducía en un Sony, hasta que se averió la cadena, el motor, el brazo o vete tú a saber qué, y no hubo sustituto. Después, me deshice de todos ellos. Decididamente, el CD era menos engorroso, sonaba mejor (nada de molestos "clicks" ni "pops") y ahorraba espacio en las estanterías.

¿Qué ha cambiado para que ahora parezca querer dar marcha atrás? ¿Y qué sentido tiene persistir en algo tan físico -analógico o no- en plena era del streaming y las descargas digitales? Seré honesto: el primer y fundamental motivo de mi interés vintage es la nostalgia. La nostalgia del tiempo en que bastaba con un puñado de discos y casetes -más el complemento radiofónico- para disfrutar de la música. Que esto sea una distorsión parcial de la realidad por culpa de la añoranza, no lo pongo en duda. Acostumbra a pasar con los recuerdos.

Claro que, además, se tienen que dar otras circunstancias. Ayuda ver documentales, películas, series donde el vinilo es el protagonista o está presente. También, leer acerca del tema; en la Web hay incontables páginas, blogs y tutoriales que pueden guiar al neófito si aprende a distinguir lo importante de lo accesorio. Por supuesto, imprescindible disponer de un reproductor, por modesto que sea. El mío es un BigBen TD120, combinado con unos altavoces Woxter para PC. Suficiente si te estás (re)introduciendo en el mundillo, no quieres -o no puedes- gastar mucho dinero, ni aspiras a la alta fidelidad, o las tres cosas a la vez. Pero si la cosa va a mayores, habrá llegado la hora de rascarse el bolsillo para que tu colección no se deteriore y la disfrutes a lo grande.

Por último, hay que acceder a los discos. Esto puede ser una sangría si los quieres de paquete (estrenos o reediciones). Como el dinero aún no me sale por las orejas, me conformo, hasta nueva orden, con el mercado de segunda mano. En Las Palmas no abundan las tiendas del ramo. Pero, juntando ganas, paciencia y algo de suerte, puedes encontrar verdaderas gangas y alguna joya a precio asequible. Yo empecé con dos series de música clásica: La enciclopedia Salvat de los grandes compositores, que salió a la venta en 1981 con un centenar de grabaciones, la mayoría del sello Philips; y, de la misma época, una Historia de la música clásica de Planeta, con otras tantas de Decca. Al golpito voy sumando títulos emblemáticos del amplísimo repertorio y catálogo de grabaciones concertísticas y sinfónicas  de compositores de la talla de Beethoven, Vivaldi (una caja con 6 LP de una colección del año 1979), Bruckner, Mahler, Brahms, Chopin, Tchaikovsky... Hasta un LP con conciertos para piano de Rachmaninoff y Lizst ejecutados por el genial Arthur Rubinstein, ¡prensado en 1958! No siempre están en óptimas condiciones, y no dispongo de medios para someterlos a un proceso de limpieza y restauración exahustivo. Pero, teniendo en cuenta lo invertido, la relación coste/calidad es inmejorable.

El pop y el rock me preocupan menos, aunque sólo sea porque ya poseo en CD casi todos mis favoritos. Aún así, cuesta resistirse a los gustos de media vida. De momento, he probado con The Lamb Lies Down on Broadway y Selling England by the Pound, probablemente las mejores obras del Genesis de Peter Gabriel. Asimismo, con Steve Hackett, guitarrista de aquella mítica banda de rock progresivo, dueño de una carrera en solitario que ha dado algún buen disco, como Voyage of the Acolyte, su debut. Los tres, en perfecto estado y poseedores de un sonido que mejoraría espectacularmente pinchados en un equipo de prestaciones superiores.

¿Moda pasajera? ¿Nostalgia ridícula? Quizá. En cualquier caso, hay dos cosas seguras que distinguen al vinilo de los formatos musicales de hoy día (y del previsible futuro). Una es obvia: sacar el disco de su funda, limpiarlo, colocarlo en el plato, posar la aguja, cambiar de cara, volver a enfundar y guardar... Para unos un ritual, para otros un coñazo. Un proceso infinitamente más lento que sintonizar música desde el ordenador, el ipad o el móvil. Y ya sabemos lo mucho que se valora, se encarece el tiempo en nuestra sociedad globalizada. (De paso, hace inncesario el concepto de álbum: importa la canción aislada -mejor si es breve-, no el conjunto.) Lo segundo es que nada puede competir con el impacto visual inmediato del long play. Si algo malo tiene el CD, son esas cubiertas y folletos (booklet) pequeños y, por ende, escasamente atractivos y apenas legibles, en comparación con las ilustraciones y textos de los LP. No es cuestión sólo de tamaño. Basta con echar un vistazo al trabajo de Roger Dean para Yes y otros grupos de los años 70 y 80, y entenderás a qué me refiero. En la música físicamente inaprensible nada de esto tiene sentido.

No se trata de poner frenos al tiempo, ni de regresar literalmente al ayer, aunque el que más y el que menos haya estado tentado alguna vez de hacerlo (si ello fuera posible). Sencillamente, es disfrutar de un pequeño placer que nos recuerda un pedazo de nuestra vida. Sin exagerar la nota (al fin y al cabo, discos pésimos y cubiertas horteras las ha habido siempre). Y sin dejar de reconocer que la industria discográfica y los canales de distribución de la música van por otros derroteros. Vías a las que no les doy la espalda; al contrario, las utilizo cuando me conviene (sin ir más lejos, Spotify). Pero, ¿qué le voy a hacer si me emociona buscar en la estantería un disco, sopesarlo, leer las notas de acompañamiento, pincharlo...?

***

P. D. (14 de agosto de 2017). No transcurrieron ni tres meses desde que publiqué esta entrada y mi tocadiscos Cola-Cola demostró ser un fiasco. Los vinilos no terminaban de sonar bien; no me refiero a la calidad del sonido (en cualquier caso, justita), sino a la percepción objetiva de que se escuchaban lentos, desganados, como si el vocalista y los músicos estuvieran en huelga de hambre. Un motor fallido y un plato desequilibrado, supongo. ¿Devolverlo o hacerlo reparar? ¡Buf! Mucho esfuerzo para un trasto barato (relativamente), comprado por Internet y que, a la larga, tendría que sustituir por uno mejor. Pero, ¿por cual?

La respuesta vino de mi trabajo. Allí tenemos un Technics SL-1200, un pedazo de máquina que Panasonic manufacturó hasta 2010 y que el repunte del vinilo ha resucitado, adaptándolo a los nuevos tiempos. ¡Otra liga, amigo! E inalcanzable para mi presupuesto. Y, aunque es verdad que por ahí puedes encontrar ejemplares de los modelos viejos a precios interesantes (otra cosa es su estado), preferí ir a lo seguro moderando mis espectativas. Así que, a falta del original, probemos con la copia: el Audio Technica AT-LP120-USBHC. La versión económica del mítico SL-1200, pero que conserva lo mínimo para justificar la compra: estabilidad (pesa 10,5 kilos), contrapeso del brazo, control anti-skating (honestamente, éste no lo he probado), ajuste de la altura tonal y diversos controles pensados para los DJ. Naturalmente, también tiene defectos: no cuenta con retorno o parada automática, y las patas no se pueden nivelar. Sí que admite cambios de aguja (por los foros recomiendan reemplazar la original) y conexión a múltiples combinaciones de amplificador y altavoces. De momento, así suena con mis modestos Woxter:


Dos cosas para terminar. Una: durante un tiempo conservaré el embalaje del recién llegado, no sea que las cantos de victoria se tornen en lamentos. Dos: no puedo afirmar que el BigBen TD120 sea bueno o malo, sólo que el mío salió rana; conozco a quien le va de maravillas con el modelo. Y si has sido tan paciente para leer hasta aquí, no olvides que escribo desde mi concreta experiencia como usuario.

3 comentarios:

  1. Hola! buen articulo, el documental y la peli los había visto,muy recomendables por cierto, pero la serie me la apunto, muchas gracias!!!

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  2. El vinilo desde mi punto de vista siempre estará vivo.En muchas discotecas de nuevo los dj piden de nuevo un buen plato para poner sus vinilos.Muchas gracias por toda la información que nos aportaste.

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