sábado, 3 de noviembre de 2018

A Night at the Opera

El pase en las salas de cine de Bohemian Rhapsody, el biopic sobre Freedie Mercury y Queen, es la ocasión perfecta para que dedique un post al que los expertos consideran unánimamente su mejor disco y yo incluyo entre mis favoritos. La película no ha entusiasmado a la crítica, pero ello no parece desanimar a los fans ni a los admiradores de la música del cantante y del grupo. Yo nunca fui lo primero y, en cuanto a la música, en realidad nunca he escuchado con la debida atención toda su producción discográfica. Por supuesto, como miembro de la generación musical de los 80, reconozco enseguida los éxitos que Queen y Mercury en solitario alumbraron durante aquella década, y -lo confieso- alguno lo aprecio ahora más que antes (sin duda, por el efecto nostalgia y porque no comulgo con la música que triunfa hoy). Por otra parte, A Night at the Opera es uno de los dos elepés de Queen (el otro es News of the World) con los que hice mi primera colección de vinilos, procedente del puñado que mi hermano dejó en casa cuando emprendió vida independiente. De ahí el cariño que le tengo, cimentado, además, en una escucha atenta y regular de años.

Intenet está lleno de sitios y blogs que explican con todo detalle y conocimiento de causa la historia del album. El mío (no me canso de repetirlo) no tiene esa función, sino la mucho más modesta de exponer en voz alta determinadas inquietudes, en este caso musicales, que podrás compartir o no. No estoy capacitado para diseccionar una obra como lo haría un especialista. Solo procuro transmitir lo que siento al escuchar lo que me gusta, y de veras lamento no poseer las herramientas para hacerlo apropiadamente. Aún así, permite que empiece con una obviedad: A Night at the Opera es una producción de 1975. La fecha es importante, por motivos generales y particulares. En 1975 el panorama musical estaba cambiando, con la música disco entrando en una edad de oro y el punk emergiendo en respuesta a los «excesos» del rock progresivo. Y justo entonces se le ocurrió a Queen hacer un disco como este. Había publicado tres álbumes de estudio; el último, Sheer Heart Attack, le permitió alcanzar su mejor puesto en las listas de ventas de Gran Bretaña y Estados Unidos. Sin embargo, monetariamente hablando, el grupo estaba en bancarrota debido a un desastroso contrato con Trident Studios. La solución vino del cambio de agente y del apoyo que el nuevo (John Reid) les brindó para conseguir de la discográfica EMI el dinero necesario para grabar «el mejor álbum posible».

Con la colaboración de dos viejos conocidos (Roy Thomas Baker en la producción y Mike Stone al cargo de las labores de ingeniero de sonido), el nuevo disco se grabó entre siete estudios diferentes a lo largo de cuatro meses (agosto-noviembre). Los entresijos de estas sesiones de grabación, donde la banda empleó, aparte de los instrumentos propios del rock, rarezas como un harpa, un ukelele y un koto (una especie de cítara japonesa), los encontrarás explicados en un recomendable making of del álbum. En él volcaron las facultades compositivas, instrumentales y vocales que habían adquirido por el camino (obvio, Queen Killer). Arranca con Death on Two Legs, expresión de la frustración y el resentimiento de Mercury hacia su antiguo mánager:


Una vez descargada la rabia, Mercury nos sorprende con un canciocilla estilo vodevil o cabaret «años 20», efecto incrementado por la distorsión de la voz:


La tercera canción es una pieza de rock duro (aunque con ritmo de vals) escrita y cantada por Roger Taylor, el batería. Porque en Queen la labor compositiva, siendo esencialmente individual, nunca fue monopolio de Mercury.  Sin duda, él era el showman, el frontman, además de vocalista y pianista. También fue el autor de la mayoría de las canciones, seguido no demasiado lejos de Brian May (guitarra y voz) y, mucho más atrás, por Taylor (percusión, voz y ocasionalmente guitarra) y el bajista John Deacon. El estilo de Taylor queda manifiesto en I'm in Love with My Car, himno a los coches de carreras y la velocidad:


O, si no, la preciosa You're My Best Friend, declaración de amor de Deacon a su esposa. El bajista toca el piano eléctrico, cuyo sonido no gustaba a Mercury, pero que impregna la canción de una atmósfera intimista. Fue el segundo sencillo extraído del elepé:


La quinta canción (cara B del single anterior) es autoría de May. El tono y la letra están impregnadas de melancolía (o eso se me antoja). Durante mucho tiempo, una lectura apresurada y superficial de la letra me hizo pensar que hablaba de una hazaña épica del pasado («In the year of '39 assembled here the volunteers»); pero es justo al revés: el relato de una expedición espacial a la que los efectos de la Teoría de la Relatividad deparará una sorpresa cuando retorne a la Tierra. En cualquier caso, una espléndida balada folk:


Otra canción de May (Sweet Lady) precede a la séptima y última pista de la cara A del LP, Seaside Rendezvous, un foxtrot escrito e interpretado por Mercury. Atención a la orquestación que se marcan las voces de él mismo y Taylor:


Lo escuchado hasta aquí justificaría por sí mismo las altas calificaciones de A Night at the Opera. Pero queda un lado B con cinco canciones que la elevan a la categoría de obra maestra. Primero, May nos presenta la enigmática y oscura The Prophet's Song, ocho minutos de influencias progresivas y letra de resonancia bíblica que se inspira en un sueño del guitarrista:


La canción profética empalma con la joya que Mercury compuso pensando en Mary Austin, su novia y amiga. Es una de las declaraciones de amor más sencillas (voz, piano, harpa, guitarra) y bonitas que conozco:


Si Love of my Life supone un respiro tras el shock de The Prophet's Song, Good Company hace las veces de interludio portador de un mensaje de vida («Take care of those you call your own and keep good company») animado por el ukelele y la banda de jazz que recrea la guitarra de May:


Y llegamos a la canción que le dio la fama eterna a Queen y el título a la película de Bryan Singer. ¿Qué puedo añadir que no se haya dicho ya de la pieza compuesta y cantada por Freddie Mercury? Seis minutos distribuidos en otras tantas secciones, sin estribillo y con un inolvidable segmento operístico que requirió un esfuerzo vocal máximo por parte de Mercury, May y Taylor y sobrecargar y mezclar las cintas de grabación hasta límites nunca vistos. ¿Valió la pena el esfuerzo? Juzga tú mismo, recordando que estamos en 1975 y que en la carpeta del LP se anuncia: «No Synthesisers!»:


Se mire por donde se mire, la decisión de lanzar Bohemian Rhapsody como primer sencillo del álbum fue una apuesta arriesgada. Pero dio en la diana y monopolizó el número uno en Gran Bretaña durante nueve semanas. Encumbró a Queen, aunque fue un trabajo agotador, duro y exigente, que les quitó las ganas de repetir la fórmula (si bien el disco inmediato, A Day at the Races, en cierto modo fue una secuela, empezando por el título -otra película de los Hermanos Marx- y la portada). En años sucesivos vendrían más hits: We Will Rock You, We Are the Champions, Somebody to Love, Bicycle Race, Don’t Stop Me Now, Crazy Little Thing Called Love, Another One Bites the Dust, Body Languague, Under Pressure, I Want to Break Free, A Kind of Magic... Pero ningún elepé volvería a gozar del prestigio (merecido) de A Night at the Opera. Lo escuchaba mientras escribía estas líneas, y me sigue maravillando como el primer día. Y un consejo para concluir: escúchalo sin pausas, sin cortes, de un tirón, disfrutando del perfecto equilibrio entre estilos y de la genialidad de cuatro músicos en estado de gracia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario